miércoles, 6 de agosto de 2008

Una carrera de vida y muerte

Iba corriendo, cada vez quedaba menos. En esos momentos se venía a la mente las imágenes de los viajes que hacía con mis abuelos y mis familiares, y por la típica impaciencia de la niñez, le preguntaba cuánto quedaba para llegar a mi abuelo y él en su tono burlón me decía: ¡Menos que antes!.

Pero esta vez, no había lugar para bromas, tenía una misión y debía cumplirla. Son esos momentos donde tu vida adquiere valor, pero no el valor normal que te da el vivir, sino el valor del triunfo y la trascendencia, porque a veces el destino de muchas personas depende sólo de una, y en este caso de mí.

¿Qué pasaría si no lo logro? No, eso no puede ni siquiera aparecer por mi cabeza, porqué sé que lo lograré. ¿Y si no?

El alba estaba surgiendo y tras los cerros de la cordillera, empezaba a iluminar el sol. Mis piernas cansadas y mis pies lastimados por las pequeñas piedrecillas que tenía la arena, hacían más difícil mi carrera, pero el agua fría del mar opacaba un poco la molestia. Estaba acostumbrado, allá lejos en mi hogar, las playas eran paraísos dorados y templados, donde al sumergirse bajo las espumosas olas, podías sentir uno de los grandes elixir de la naturaleza.

Una gran ola a mi derecha me sacó de mis pensamientos y me recordó que el mar hoy estaba enojado, pero yo sabía que no era conmigo, sino con los malditos traidores, corrompidos por el poder y el dinero, que estaban a mi caza.

Iba llegando al final de la playa, donde un acantilado se interponía en el camino de la blanca arena y del mío. No podía quedarme ahí, si no me movía sería capturado y la muerte vendría en mi búsqueda. Atrás del gran acantilado se encontraba la ciudad y el castillo, estaba tan cerca pero a la vez más lejos de poder lograrlo. No lo pensé más, apurado además porque ya escuchaba a los tiranos que iban tras mis pasos, y me lancé al mar.

Corrí contra las olas que con su furia me botaban pero estaba decidido a hacerlo, y yo nacido en una tierra con hermosas playas, no podía caer rendido. Una ola inmensa apareció entre todas para abatirme, pero me zambullí a sus pies dejando que su furia pasara sobre mí. Los bandidos que en su duda también se lanzaron al agua, fueron abatidos por la gran ola, siendo arrastrados y machacados contra el fondo, estrellando sus cuerpos contra las rocas. Yo ya bien dentro estaba más tranquilo, debido a que las olas me hacían levantar y bajar a su paso, pero su furia se desataba en la playa.

Seguí nadando y empecé a pasar por la punta del acantilado, lo orille asegurándome de mantener distancia para que ninguna ola me estrellará contra él y se acabase todo. Una vez que lo dejé atrás me sorprendí por la calma de las aguas que había al otro lado, por lo que mi salida no fue complicada, dejándome arrastrar al ritmo de las olas. Una vez de vuelta en la playa, pude ver la gran fortaleza, y comencé a correr a sus puertas. Antes miré en mi pequeña bolsa si aún mantenía su contenido, y me tranquilizó ver que todo estaba en su lugar.

Por fin estaba llegando al final de mi viaje, estaba llegando a las puertas de la ciudad que estaban cerradas y se veía que estaban dentro de la ciudad en posición de batalla, esperando algún ataque, me alegré con saber de que llegaba a tiempo. Me encontré delante de la puerta, pero esta no se abría. Llamé con fuerza para que me abrieran, pero luego entendí el motivo de porqué se mantenían cerradas, atrás mío se encontraba el resto de los traidores que no fueron abatidos por la olas, y que con sus caballos rodearon el acantilado por tierra adentro. Con todo lo que me demoré nadando tuvieron tiempo suficiente para darme alcance, se bajó uno de los capitanes que se encontraban a caballo y blandiendo su espada se abalanzó sobre mí, yo en mi desesperación me di vuelta y empecé a golpear con todas mis fuerzas la puerta y gritando por favor que la abran y me dejen entrar, en ese momento sentí el frío metal atravesar mi cuerpo y pude ver la punta de la espada que salía por mi pecho. Caí de rodillas, había cumplido mi misión, había llegado con el tesoro de los secretos. Mientras aún mi cuerpo se mantenía con vida pude ver la lluvia de flechas que fueron lanzadas desde las murallas, matando a todos los perseguidores incluyendo a mi asesino. Caí al suelo rendido, y con mi último suspiro pude ver como abrían las puertas para ir a buscar su tesoro.



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